RELATOS_CORTOS

TERESA
No era tarde para versos ni coplas de Pepe Pinto, apuré el vaso de vino y tomé una ducha muy caliente, salí al pequeño balcón para notar el frío que el viento del norte traía, tenía una erección de media tarde y pensé en ir a visitar a una vieja amiga que sabía era discreta y sincera mientras yo guardara el debido respeto a una dama. Cogí el teléfono y llamé;
  • YO.-Hola Teresa, cómo estás.
  • TERESA.-Hola! iba a salir con un compañero que me invitó anoche, me alegro de saludarte, ¿Cómo estás?.
  • YO.- Bien, estoy bien, nada que pases buena tarde, ya hablaremos.
  • TERESA.- Ya... mira lo siento, he quedado y no está bien que ahora le diga que no puedo ir, lo entiendes ¿verdad?.
  • YO.- Si, si, nada es que tenía ganas de verte, pero será otro día, un beso y pásalo bien.
  • TERESA.- Otro para ti, ya te llamaré.
Cuando salí a la calle ya había anochecido, inhalé fuerte -como buen coqueto- para ver si sentía el perfume que me había echado, fui a un pequeño pub que acababan de abrir, pedí un ron con coca cola y me dispuse a pasar una tarde con mi mejor amigo encubierto de las miradas de curiosos y extraños que no sabían de mí y viceversa. El primer cubata entró rápido y pedí un segundo a la vez que echaba un vistazo a mi alrededor para ver qué había. La tenue luz no me dejaba ver con claridad lo que había a mi alrededor, el camarero me sirvió el cubata y al verme echar el vistazo me dijo;
  • CAMARERO.- Si busca el aseo está al fondo a la derecha.
  • YO.- ah, claro, como siempre, gracias.
Me incliné sobre la barra y posé mis codos cuando unas manos se posaron sobre mis hombros;
  • TERESA.- ¡Hola!
  • YO.- ¡Hola niña! ¿No tenías una cita?
  • TERESA.-Parece que se ha rajado o que quizás no le gusté lo suficiente o yó qué sé, ya sabes como son los endiosados médicos.
  • YO.- ¿Entonces me acompañas?.
  • TERESA.- Claro! estaba esperando que me lo pidieras.
Hablamos de nuestra vida, de las penas que tenemos cada uno en su mundo, de las mierdas que nos acompañan y cuando nos dimos cuenta estábamos riendo como dos tontos. Se notaba que ambos estábamos solos y la soledad es la puerta que abre el vacio. Nos miramos y parece que ambos pensamos lo mismo..."Esta noche no estoy sola/o esta noche quiero sentirme libre, querida/o sentida/o, esta noche ayúdame". Nos miramos a los ojos y le dije.
  • YO.- ¿Nos vamos?
Ella asintió con un guiño y salimos a la calle cogidos como dos novios, al llegar a mi coche nos besamos y nos apretamos con mensaje. Subimos al coche y comenzó a decirme que estaba pensando comprarse un coche como el mío, al mismo tiempo me puso la mano encima del muslo y me sentí bien, demasiado bien y...
  • POLICÏA.- ¡Dígame algo! ¿quién lo ha hecho?.
  • MÉDICO FORENSE.- Déjelo en paz, ha muerto.
El policía escupió un inteligible insulto y quedó apoyado sobre sus manos, miró hacia ninguna parte ladeando la cabeza y pensó en voz alta.
- POLICÏA.- Te cogeré, aunque tenga que remover cielo y tierra, te cogeré. Disculpe doctor.
El coche estaba lleno de sangre, ella violada y con los senos cortados limpiamente, él no pudo ser el asesino, estaba atado a un árbol junto a ella con un tiro en el pecho y apenas le quedaba un aliento cuando llegamos, no pudo decirnos nada.
El forense se quedó solo, acercó su cara al rostro de TERESA y entre labios, esbozando una macabra sonrisa dijo... ¡Puta!.


COLORÍN COLORADO...

Yo sé que habrá otro que enamorado a tu oído hable y que en noches envueltas de silencios en tu habitación y previo a los volcanes (que bien conozco) salten por los aires las maniatadas lenguas de la saciedad. Si cuando él te bese, te viniera al pensamiento mi calor, lleva cuidado en no pronunciar mi nombre, no me perdonaría no haber estado en tu boca.
Dudo que haya más amor en otros cuerpos, no digo yo que no haya otros amores, pero tu sabes cuánto te he amado, lo sabes. Y hoy aquí frente a este abismo que me encuentro, me pregunto...porqué. Me lo he preguntado cada día que ha pasado desde que abriste...¿o abrí? no recuerdo, la puerta de tu casa y me diste un beso en la frente y para engañarte, un beso en los labios. Cada día procuro olvidarte y me entretengo haciendo cosas que nunca haría si tuviera tu cintura para compensar el impulso del beso... sabes cuánto me gusta besarte. ¿Te acuerdas?...un día te dije; no sé si la felicidad existe, pero ésto debe parecérsele mucho. O cuando te dije embelesado; discúlpame, parece que vaya a desgastarte a besos, deberíamos contarlos para perder la cuenta un día. Y tu reías, si, reías, lo recuerdo muy bien... reías.
Detalles que han sido muy grandes para olvidar y que siempre estarán presentes y lo sabes. Pero dicen que cuando una pareja se separa hay algo entre ambos, un invisible hilo que se rompe al doblar cualquier esquina de la vida cotidiana, eso que nos negamos a pensar y que nos cae como un jarro de agua fría cuando ocurre.¡Ojalá supiera cual fue ese hilo que te alejó de mi, ese hilo asesino que te llevó a decidir no besarme más!. Aunque ya nada tiene marcha atrás, las decisiones se toman y uno debe afrontarlas sin hacer daño y sin ruído.

Esperé veinte años a que nadie me echara de menos, esperé a que se enfriaran las cartas de familiares que tanto ellos como yo dejamos de escribirlas para descansar, esperé mirándote cada día a que te decidieras salir de tu casa para mirarte y seguidamente escondernos (mi amor y yo), él por la deshonra de suplicarte y yo por la angustia de mirarte a los ojos y verlos venir hacia mi con una sonrisa... huecos.
Hoy que los amaneceres ya no se extrañan de encontrarme en la playa, hoy que tu estás enamorada de otro, hoy que mi mano no tiembla y que rendí cuentas con mi corazón, hoy que te ví por última vez cruzar la calle y sonreir a los buenos días del vendedor de cupones de tu esquina, hoy recibirás esta carta y hoy yo... ya no estaré,

  • ¿Alguien conocía a la víctima?.
Nadie contestó a la interrogativa mirada del inspector, miró a su alrededor y puso especial cuidado en no contaminar el lugar del supuesto suicidio, se puso los guantes y arrancó la pistola de las manos de la víctima tratando de no mancharse de sangre, cogió un folio que sobresalía del bolsillo de la chaqueta, lo abrió con cuidado y leyó ... Colorín, colorado...
Lo distrajo alguien que pasó haciendo footing cerca del lugar escuchando con sus cascos una canción... -Donde habita el olvido- de un tal... Sabina.
Pensó durante unos segundos e incorporándose dijo entre dientes; ¡este cuento... se ha acabado!.


El libro

Apenas tenía 34 años, un perro que de viejo ladraba ronco y una espera de tulipanes. Cada día pensaba cambiar la suerte dando un golpe en la mesa a modo de ánimo y levantándose como un resorte que tuviese muchos argumentos. Los libros que escribía, alentaban desde hacía unos días el fuego de su cocina.
Pero aquel día, una visita inesperada le cambió el ánimo, Rozaron la puerta con la mano, al principio pensó que era algún gato arrinconado por el frío, pero luego unos delicados dedos picotearon la madera de la vieja puerta.
Un segundo golpe, más fuerte le hizo ponerse en guardia y levantarse.
  • ¿Quién es?
  • Una voz femenina le contestó... ¿Señor Sánchez, eulogio Sánchez?.
  • ¿Quién es? Volvió a preguntar sin decidirse a abrir la puerta.
  • Vengo de Barcelona a verle, se trata de un libro que mandó hace dos meses a la editorial Follblanc, ¿recuerda?.
Se hizo el silencio, pasados unos segundos la vieja puerta se entreabrió y Eulogio asomó la nariz.
  • Dígame.
  • Señor Sánchez, encantada de saludarle, mi nombre es... Montse Farnés, soy la directora de la editorial Follblanc...
Tras una breve conversación, quedó enterado del interés de la editorial en publicar su libro, una historia amarga que hablaba de su vida. Allí mismo sobre la vieja mesa de madera de pino se firmó el contrato y la sentencia.
Unos días después, Paco el cartero se asomó a la puerta y echó por debajo un sobre con el remite de Barcelona con las condiciones del contrato firmado, nadie le abrió, nadie esperó el éxito de ventas del libro, no hubo perro que ladrara de alegría, se apagó el fuego y se pudrieron los tulipanes.
________________Así fue su historia y así terminaba el libro.

EL BEREBER

Aquesta historia que nace de la sabiduría popular tan sólo pretende adornar espacios ociosos de las mentes mundanas, y poblar de ingentes ilusiones a cuantos las leyeren. Por ello, no despreciad ni desmereced por vanas, aquellas crónicas diferentes a la mía, que yo de antemano participo tan fieles como aquesta y disfrutad - si lo merece – de mi limitado verbo.
Delimitada por la Sierra de Callosa y abastecida por la huerta que baña el río Segura, perfumada por romero, tomillo y toronjil, se encuentra la ciudad donde nací, llamada por los Griegos "Caloxa" (lugar hermoso).
En su ladera sureste, se encuentra un castillo árabe, defendido en tiempos por los bravos guerreros de Mohamed El Salami, y del que hoy apenas quedan unas ruinas, donde los niños, no sin peligro, hemos subido en contadas ocasiones por el mero hecho de dar fe de nuestra valentía y corage, al contemplar la sierra, acuden a mi memoria las historias que nos contaba mi excelso abuelo en las noches de verano, sentados sobre una silla de anea a las puertas de su casa. Una de aquellas, referida precisamente a este castillo, es la leyenda del maestro cantero Abdel Karim Mukhtar.
Cuenta esta leyenda que, estando en guerra con el bravo Califa de Córdoba, en el siglo X los vigías del castillo no dejaban ni un solo instante de mirar a través de sus almenas hacia los derredores de la Sierra de Caloxa y sobre todo hacia los caminos que entre limoneros, naranjos y olivos, conducían a éste.
En previsión de posibles asedios, vino un buen día el Jeque Mohamed El Aslami, en la idea de construir un pasadizo desde el Castillo a la ladera sur de la Sierra donde un nacimiento de agua dulce corría hacia la huerta cultivada por expertos labradores y de donde se surtían de agua los moradores de la fortaleza.
Disponía Caloxa de obreros de gran renombre y de aguda inteligencia. Uno de ellos era Abdel Karim Mukhtar, maestro cantero y esculpidor de piedras, de gran medida en sus labores y sabio proceder en sus quehaceres. Enterado el Jeque de la fama del maestro cantero, le propuso el ambicioso proyecto.
Karim Mukhtar comenzó su labor a mediados de Octubre del año 950 acabando las obras dos años después de acometidas.
Escalonados todos los tramos, preparadas la entrada y salida con bloques de defensa que cerraban las aberturas para salvaguardar al Castillo de un posible ataque enemigo, grabados los pasamanos y descansillos, sólo le faltaba retocar su gran obra con lo que pensó sería el perfecto remate final: algo que la hiciera perdurar en el tiempo y que, a su vez, le diera el esplendor y la grandeza que pensaba merecía. Primero pensó en cubrir de oro las paredes de su obra, lo que le daría la majestuosidad de una de las grandes maravillas arquitectónicas del mundo. Sin embargo, en semejante pasadizo oscuro y frío, el oro perdería todo su brillo. Fue mientras daba vueltas a esta idea cuando concluyó en lo que sería el gran toque final de su obra: en un lugar subterráneo, privado por completo de luz y por supuesto de calor, ¿qué mejor idea que alumbrar y calentar al tiempo todo el recinto? Así, decidió construir una canalización de piedra por la que corriera un reguero de aceite de cáñamo. A lo largo de este reguero dispuso pequeños cuencos que se abastecían del aceite del fino canal. De este modo, casi un centenar de pequeñas lámparas no sólo iluminaban el oscuro pasadizo sino que suavizaban la humedad y el frío.
Fue la noche de un doce de Octubre del año 952 cuando, finalizada la obra, el maestro Mukhtar, exultante de orgullo, dio la orden de comenzar a verter el aceite desde el enorme depósito que había mandado construir al inicio del pasadizo. Al tiempo, dos capitanes de la guardia prendían fuego al dorado regato que caía tranquilo canal abajo. Los allí presentes veían con ojos incrédulos cómo el río de fuego era devorado por la boca del túnel y cómo, a medida que descendía por éste, iluminaba los magníficos adornos e inscripciones de las paredes que el maestro había labrado con tan exquisito gusto. Se formó una hilera de curiosas miradas que, precedidas por el asombrado Jeque, caminaban siguiendo la corriente de aceite que iba guiándoles con su temblorosa luz. Observaban boquiabiertos todas las frases del Corán escritas en el techo, las grecas que cubrían las paredes, los verdes y blancos y anaranjados, mientras resonaban en el eco de los húmedos muros las exclamaciones de aprobación y asombro.

Fue noche de fiesta y celebración en el castillo. Se mataron cientos de corderos. Se elevaron oraciones al Profeta y se proclamó el divino talento de aquel maestro cantero.

La madrugada envolvió con su rojiza acuarela los cientos de estómagos satisfechos de vino, miel y de la exuberante música del festín. Todos los comensales durmieron hasta bien pasada la mañana; todos excepto Abdel Karim Mukhtar que estaba preocupado por unos cuantos escalones.
Al medio día, estando nuestro maestro cantero acabando de refinar los escalones del empinado y peligroso pasadizo, vino a escuchar la fajina que anunciaba el ataque inminente de algún mortal enemigo al castillo. Esperó, como era su deber de principal maestro, el siguiente toque para asegurarse de si era un ataque real o solamente un ensayo de alarma, que esto último era costumbre en tiempos de grande peligro. Se mantuvo atento y, en breve espacio, volvió a escuchar el toque de fajina que anunciaba la rápida retirada de las gentes de los campos y el inminente cierre de las puertas de la fortaleza. Oído esto, se volvió, bajó hasta la entrada y, propinando un preciso golpe a la falca que mantenía abierto y seguro el pasadizo, cayó la enorme piedra provocando un sordo estruendo y cerrando con matemática exactitud la abertura del túnel. Olvidando su obligación de maestro cantero y asumiendo la que nunca había ni debía olvidar de soldado, se apresuró a acuñar y asegurar la enorme piedra con unas falcas que tenía preparadas junto al hueco y comenzó a subir hacia la fortaleza con la celeridad que sus viejas rodillas le permitían. Arriba, en el fragor del miedo y la urgencia del combate, un soldado de guardia cerró la entrada del pasadizo y lacró la piedra como estaba previsto se hiciera y como le habían indicado debía hacer en caso de ataque enemigo.
Se perdió la batalla y comenzó la leyenda. Dicen que por las noches se escucha el golpe de una maza y el repique de un cincel en la ladera sur de la Sierra ...
Cristina.

La primera vez que la vi supe que era una niña especial, Iba con los chicos y chicas de la haute socièté du village, los primeros, por aquel entonces aspiraban a ser abogados de las empresas de papá y ellas a encontrar su príncipe azul que les colmara de detalles y placeres, aunque era habitual que intentaran tener su licenciatura o diplomatura de mostrar.
Tenía una piel ligeramente rosada con un brillo casi cristalino, un cabello liso rubio-sol que le sobrepasaba la cintura y unos ojos azul-océano que no podía dejar de mirar (hubo noches que no pude dormir recordándolos) unos carnosos labios de muñeca y una mirada entre triste y melancólica. Tenía los aditamentos para que un soñador como yo pudiese pasarse horas contemplándola. Cuando salía a bailar me limitaba a mirarla y ella al saberse centro de mi atención, giraba y giraba entre aquel círculo de pavitos reales.
Dos años estuve intentando olvidarla, pero cada sábado la esperaba a la puerta de la discoteca y salía tras ella cuando a las once se marchaba camino de su casa acompañada de sus amigos, si ella volvía la vista, yo inexcusablemente cruzaba la calle con una fingida prisa (alguna vez en mi paroxismo hube de esquivar tráfico que tras un leve susto me increpaba) Hice algún amigo de su entorno por ver si algún día coincidíamos en alguna charla con la esperanza de que mi verbo le seduciera, pero nunca hubo ocasión para ello, su círculo de amistades la encerraba como una celosa tempestad encierra al sol de la esperanza.

Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...ella se albergó en el olvido y yo cambié de zapatos hasta llegar al cuarenta y dos y calzador.
Era Agosto, rondaba yo los veinticinco años y la vida me había puesto al frente de una obra donde trabajaban más de un centenar de obreros entre fontaneros, albañiles, ferrallistas, electricistas y carpinteros. Una tarde tras el almuerzo, me encontraba revisando la quinta planta cuando un albañil se me acercó y me dijo;
  • Maestro, si quieres aliviarte en la planta baja hay una puta que por quinientas pelas entra, pero ponte condón que tiene el sida.
Me quedé unos segundos pensativo sin salir de mi asombro y bajé por las escaleras hasta la planta baja donde los ferrallistas ya habían comenzado a armar un nuevo pilar. Eché una mirada y pude comprobar que reinaba una especie de euforia tonta y pregunté;
  • ¿Qué pasa?, ¿es verdad lo de la puta?.
El ferrallista me señaló con el dedo la escalera de servicio y me dirigí hacia alli, al doblar el tabique, pude ver uno de los carpinteros con los pantalones bajados y una chica arrodillada frente a el, con voz enérgica dije;
  • ¡Se ha acabado este puterío, tú, súbete los pantalones y ve a la oficina, y tú (señalando a la prostituta) sal de aquí ahora mismo...pero yá!.
La chica se volvió a mirarme en silencio, como acostumbrada a los insultos, sin decir palabra se inclinó escondiendo la mirada, se limpió la boca con la manga de la camisa y salió a la luz del día, sus cabellos sucios iluminaron el sol y se alejó acompañada de tristeza.
Aquel día contemplé la desolación, el horror, la ternura desbocada del caballo asesino. Aquel día se me apagó una estrella...
Anduve varios días pensativo y cabizbajo, no podía comprender la metamorfosis de aquella luz que tanto amara. Un amigo me sacó de mis divagaciones al decirme a modo de saludo;
  • ¿José, sabes a quién enterramos hoy? A Cristina, la chavala aquella que te gustaba a ti... ¿la recuerdas?
Me disculpé con una leve sonrisa distraida, entré en mi coche, puse la radio donde alguien cantaba... .... Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.


ASESINO CONFESO

Le soir; La gendarmerie de París busca al asesino de mujeres...

- Ave María Purísima,
- Sin pecado concebida.
- Padre, usted es mi confesor, yo confío en usted.
- Hijo, me debo al secreto de confesión, es un voto inviolable para un sacerdote, puedes hablar sin temor alguno y confesar tus pecados.
- Padre, hoy he vuelto ha hacerlo.
- ¿El qué hijo, qué has hecho que te atormenta?
- No me atormenta, me preocupa que nadie me comprenda, yo las amo, les ayudo, pero la sociedad me trata como un monstruo y no me comprenden.
- Sincérate con Dios hijo, ¿qué dices que has vuelto ha hacer hoy?, confiesa tu... preocupación.
- Ayer me llevé a otra puta al campo y disfruté sacándole su pecado.
- Hijo, los hombres pecamos por necesidad física sin pensar en los preceptos de Dios. Dime hijo ¿has ido a un prostíbulo?
- Yo no voy a los prostíbulos.
- ¿Pero hijo mío, has dicho que era una prostituta?
- ¡Era una puta!
La violencia de la respuesta anudó la lengua del sacerdote, hasta que dijo...

- ¿Estaba ella de acuerdo?
- Ella no dijo nada pero, él... me insultaba.
- Pero... ¿Era varón o fémina?... ¡Hombre de Dios!... ¿no sería contra su voluntad?.
No hubo contestación, tan solo un leve gemido de dolor, el párroco insistió.
- Llora y desahógate, debes confiarte a Dios y recibir la bendición del padre, responde hijo mío ¿consintió ella?
Oyó la manilla del confesionario y no pudo articular palabra, un certero golpe de un afilado bisturí le rebanó la garganta mientras una mano acostumbrada al horror le asía del pelo y le echaba la cabeza hacia atrás dejando salir borbotones de vida.
Se limpió los dedos con la sotana y echó una mirada a su alrededor.

- ¡Hijo de puta!, no te preocupas por mí, te interesan ellos... ¡puto cura!.
Y lo dejó caer sobre la roja moqueta del pequeño habitáculo.
Le Soir tenía un titular aquella mañana; Le soir; La gendarmerie de París busca al asesino de mujeres, una nueva víctima de EL VACIADOR volvió el horror a París, la victima embarazada de ocho meses...

- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida hijo, dime... ¿que pecados te traen a nuestra Parroquia...?








El romero de Loarre

Fue a nacer nuestro cabrero en el año de nuestro señor 1036, Le llamaban Paquito, hijo de Paco el "Cagaleta", nombre que ostentaba su familia desde tiempos inmemoriales. Paquito era bastante serio, pequeño y enjuto con ojos de halcón y nariz aguileña que le recordaba el origen musulmán de su familia venidos tiempo atrás de La Sotonera., rondaba los catorce años y su pasión era el pastoreo, pasaba los días enteros detrás de su rebaño por los alrededores de la vieja fortaleza de Loarre de origen ibérico en la que moraba Don Fortuño Aznárez, vasallo de su majestad Ramiro I.
Era costumbre de Paquito ordeñar al romper el día junto a sus padres las cabras, para que su madre vendiera a primera hora la leche a sus vecinos de la pequeña localidad de Loarre y con la que sobraba, elaboraba un queso delicioso impregnado de romero, receta de sus abuelos que por ser analfabetos hubieron de memorizar, siendo más difícil recordar los tiempos de cocción que el manejo de los ingredientes.
Cuenta la leyenda que una tarde pastoreaba sus cabras cerca de la fortaleza y como era habitual, comenzó a buscar ramitas de romero para llevarle a su madre. Acertó a pasar por allí Don Fortuño, señor del castillo que volvía de cazar la cabra Montesa, arte difícil que precisa de paciencia y tesón en el acecho, virtud de la que no gozaba en demasía nuestro señor por lo que venía callado y con ceño grave. Al pasar junto al ganado, observó a Paquito ensimismado entre plantas de boj buscando romero y le preguntó que qué estaba haciendo, el chico se asustó por la mala fama que ostentaba el caballero y le dijo;
  • Un servidor pastorea las cabras de Paco el de Casa Cagaleta, mi señor padre, servidor de su majestad y vecino de Loarre su feudo.
  • ¿Paga tributo por ello?.
  • Diez monedas de Vellón al año, señor.
  • ¿Y por el romero que llevas en la mano?
-Preguntó.
  • No pensé ni sabía que debiera pagar tributo alguno por el romero mi señor pues mis cabras también se lo comen.
  • Si las cabras se lo comen, está pagado el tributo, pero si os lo lleváis, debéis pagar dos monedas más.
El chico dejó el puñado de romero en el suelo para no desairar más a su señor cuando Don Fortuño espetó;
  • Por ese que habéis arrancado con vuestras manos os daré veinte azotes con mi cinturón, así no se os olvidará.
Paquito se quedó callado y bajó la cabeza en señal de sumisión ante la imposibilidad de hacer cosa alguna. A la indicación, se bajó los pantalones y se agachó. Aguantó los veinte azotes sin derramar una lágrima.
Al año siguiente Paco el de “Casa Cagaleta” no renovó el derecho a pastorear su ganado con el señor de Loarre y evitó sus tierras, llevándose sus cabras a los montes de alrededor. Al evitar el ganado, evitó el estiércol que daba fuerza a las plantas y la siembra de semillas que los animales con sus defecaciones realizan. Contribuyeron las hojas de boj que se pudrieron en el suelo y el impacto del hongo que segrega Mycosphaerella patouillardi, que terminó por aniquilar el romero y facilitó el crecimiento de otras plantas menos beneficiosas, Así en dos años los alrededores de la fortaleza se quedaron sin la preciada planta. Mal le vino la consecuencia a Don Fortuño que padecía de episodios muy desagradables de ardor y dolor de estómago y que calmaba con infusiones de romero que su galeno preparaba, éste utilizaba ungüento de hojas de boj para paliar la falta de su pelo. Una tarde que los gritos de su amo se hacían insoportables y ante la falta del romero para la infusión, le vino a la cabeza una idea, utilizar las hojas del boj como infusión de urgencia que aliviara el dolor.
A media tarde se oyó en Loarre tres toques a difuntos (señal de que el muerto era varón) y seguidamente el tañer de cuatro campanas de forma espaciada (honra mayor), doblando el toque de difuntos toda la tarde y noche hasta que oscureció el día. Cabizbajos se descubrieron los caballeros y se santiguaron las damas. R.I.P .

EL AGUJERO

Amaba la huerta desde que aprendió a diferenciar el olor de las frutas y las verduras, su abuelo, hombre huertano y sabio en tales menesteres, le enseñó cuándo había que podar los rosales, cuándo sembrar el trigo, cuándo plantar los tomates, cuándo sacar de la tierra la planta y cómo cortar los tallos para multiplicar la cosecha de “arcaciles” (alcachofas) cómo y de qué forma hundirlos al mismo tiempo que se llenaban de agua los márgenes de tierra para que germinaran lo antes posible.
Aprendió a diferenciar el olor de la lluvia, cuándo llenar el aljibe según fuese tormenta o pausada lluvia y supo del olor que las hembras emitían para los machos, y de los partos antes que la fuerza del amor le revolviese la sangre.
Era costumbre regar a la tanda por lo que había de estar muy atento el regante para que según el caudal de agua que llegaba, así debía echar el tablacho de las hilas en las acequias y azarbes que regaban la huerta.
Un día que regaba el huerto "viejo", acompañado, como casi siempre, de su perra, esperó en la última tahúlla a ver aparecer la hila de agua para echar el tablacho y pasar a otro huerto cuando la inquietud se apoderó de su paciencia, el agua no llegaba por el centro y ya se vislumbraba por las "puntas" del bancal. Llegó hasta el azarbe y se aseguró de que el agua seguía entrando por la hila que tenía abierta en aquel lugar. Volvió a la cabeza del huerto y se introdujo entre las viejas ramas de los limoneros hasta que llegó a divisar el brillo del agua, pero algo le extrañó, en un punto, el agua como por arte de magia desaparecía entre el hueco que dos viejas raices disimulaban y en el que nunca se había fijado, extrañado se acercó hasta el lugar y resbaló sobre la roca que tapaba el agujero cayendo envuelto en una cascada de agua hacia las profundidades del abismo, la perra corrió asustada.

Pasaron varios días sin noticias del muchacho, se alertó a la vecindad y a las autoridades del hecho, se pensó que harto del duro trabajo de la huerta, el chico había decidido partir y buscar en otros lugares faenas menos penosas, se hicieron batidas, se consultaron videntes, se "peinaron" fincas sin resultado.
El abuelo sentado en un cornijal del huerto farfullaba una cantinela con la mirada puesta en los primeros árboles, un guardia civil se le acercó y preguntó:
.- Abuelo, sabe ¿usted qué puede haber pasado con el muchacho, dónde está?.
El viejo siguió con su obsesionada cantinela sin ponerle atención. Una enlutada vieja se acercó al guardia y le dijo:
.- Lleva así desde que desapareció el chico, no para de dar vueltas al huerto con la perra.
.- ¿Y sabe usted qué dice?
.- Si, no hace más que repetir "se lo ha tragado la tierra".
El guardia chasqueó los dientes, miró de soslayo al viejo y musitó.
.- Pobre abuelo, lo que le faltaba para... enterrarlo.

La rosa


Aquella tarde, había merendado como era costumbre cuando nos dejaba mi madre en casa de la tía Amalia para ir a echar la pioná, un rebaná de pan con aceite, tomate y sal, aunque a veces nos daba de acompañamiento una onza de chocolate, nos dejaba sobre el poyo un vaso de agua de la aljibe mientras ella seguí con las labores de la casa.
Frente a la cocina y mirando hacia el palmeral, estaba el rosal que tantos cuidados y mimos le dedicaba. Aquella primavera, se esperaba muy fructífera en aquel jardín que servía para decorar los domingos el altar de la ermita a la Sagrada Familia.
Era completamente roja, apenas sus hojas habían salido del capullo y parecía desprender su aroma en el aire repleto de mariposas, primavera y abejas y pensé en mi madre, en el amor que nos tenía, en los besos que nos daba cuando llegaba a recogernos y nos apretujaba entre sus brazos.
No sé cuando ni como, pero aquella rosa que era para la capilla, aquella primera rosa que estaba destinada a ser vista y comentada por el cura y las damas anaranjadas, se posó en mi mano y ésta la llevó al interior de mi camisa. Al arrancarla, se me clavó una espina de presagio.
Con una excusa de niño, le dije a mi protectora que debía ir a casa, que apenas distaba 200 metros, ella salió hasta la vereda llamada “el camino viejo de Alicante” para verme partir y llegar como lo hiciera mi verdadera madre, antes  de advertirme que debía volver enseguida, se acercó a mi oído y me dijo; “Si me la hubieras pedido, te la hubiese dado”.
Y sigue lastimándome aquella espina... todavía.